“¿Para qué nos caemos
Bruce? Para volver a levantarnos”
Thomas Wayne
En 1978 (el mismo año que se estrenó la película “Superman”) el artista gráfico americano James O´Barr, bajó a los infiernos en el mismo momento en que un conductor borracho atropelló mortalmente a su novia. Fue tal el tormento y la rabia sufridos que acabó ingresando en Los Marines. Lejos de mitigar su dolor optó por otras vías para poder sobrevivir y fue así como acabando creando al hijo de su catarsis: El cuervo (cómic que narra la historia de un hombre que vuelve de la muerte para vengar a su novia asesinada)
Ya sea en el plano ficticio o en el real (supuestamente desde el que escribo) los deseos ciegos de justicia siempre han poblado la vida del ser humano.
Para bien o para mal el motor de
casi todas las cosas es el amor y
sus reversos y uno de estos es la venganza. La “vendetta” amparada por
nuestra propia idea de la justicia es algo eterno y seductor. ¿Quién no ha
fantaseado con la idea de darle un sopapo al abusón del cole, poner en su sitio
al jefecillo maleducado del trabajo o, directamente, “explicar un par de
cosas” al violador pederasta del
telediario?
Aunque, ciertamente, la posibilidad de tomar la justicia por tu mano, si bien atractiva, es inviable y peligrosa. El mundo sería un lugar bastante triste a decir verdad. Ser juez, jurado y verdugo no esta al alcance de nadie, resulta un poder que se nos escapa de las manos y, ya se sabe, un gran poder conlleva…
En nuestro mundo no podemos tomar
estos caminos, no siempre podemos satisfacer nuestras necesidades y hacer lo
que nos pida el cuerpo. Ahora bien, y ¿en el otro mundo, el de la imaginación?
Allí sí. La fantasía sencillamente responde al deseo de volar del ser humano.
Por supuesto, hay que vivir en el mundo real. Pero no es nada malo lamerse las heridas de vez en cuando con un buen libro, un peliculón, un comic increíble, o cualquier otro pasaporte. La ficción siempre fue eso, nuestro viaje al desahogo.
Y ¿no es acaso la mayor expresión
del desahogo poder aliviarte cuando la vida te ha quitado lo que más querías?
Diría que para el creador del Cuervo
lo más importante en la historia es su
novia, para Edipo su madre, y para
un niño de 8 años, no hay nada en el mundo tan grande como sus padres.
Esa es la historia de Bruce
Wayne, que en mayo de 1939 comenzaron a contar Bob Kane y Bill Finger
en el número 27 de Detective Comics. Sin duda uno de los mejores “cuentos” que he
conocido y que da testimonio de uno de los mayores dolores de la existencia: enterrar a tus
padres siendo niño.
El duelo (proceso por el que pasamos ante la pérdida de algo amado) es uno de los procesos psicológicos más documentados del planeta. No obstante es, en cierto modo, el gemelo malvado de lo mejor que tenemos: nuestra capacidad de amar. Dicha capacidad en la literatura científica (y fuera de ella) se conoce como apego y resulta un mecanismo fascinante. Dota de eficiencia biológica a sus portadores (pues así es más fácil sobrevivir en grupo), proporciona una rica seguridad emocional (complejizando el sistema afectivo de sus usuarios) y, metafóricamente, evoluciona entre quienes lo ejercen en un lazo más inquebrantable y resistente que el acero (o que el Adamantio, lo que prefiráis)
Por tanto, el apego que profesa
un niño por sus padres es piedra angular de su desarrollo y debe ser
correspondido. El psicoanalista inglés John
Bowlby defiende que de nuestra relación
parental (cómo te relacionabas con tus progenitores) devendrá nuestra
capacidad para establecer vínculos en la vida adulta. De esto se desprende que
si dicha relación acaba de manera súbita y violenta (ej. acabar viendo como
matan a tus padres siendo un crio), la perdida será tan traumática que puede
que el día de mañana tu visión de la vida no sea nada convencional.
No pretendo afirmar que semejante desgracia te acabe convirtiendo en un enmascarado, pero el duelo por el que pasará la víctima tendrá, probablemente, tintes patológicos y la necesidad de justicia en ese huérfano quizá será inabarcable. Infinita.
Batman, el caballero oscuro,
solo es eso: la respuesta de un niño que nunca superó la muerte de sus padres.
Pero en honor a la verdad es mucho más. Representa los instintos
bio-psicológicos más universales de las personas: el de supervivencia, el del afecto,
el del miedo y sobre todo, el de superación. Nos recuerda, desde el mundo
ficticio
de Gotham City, que el ser humano no tiene qué estar dominado por sus demonios.
No puedo imaginar nada más real.
Guillermo Blázquez.
Psicólogo.
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