“Es
un estado de divergencia mental; de pronto me encuentro en el planeta Occo…
Pero aunque para mí se trata de una realidad totalmente convincente en todos
los sentidos, sólo es un producto de mi psique…escapo de ciertas realidades
innombradas que invaden mi vida aquí. Cuando deje de ir allí me pondré bien...
¿Tú también eres mentalmente divergente, amigo?"
¿Acaso se podría explicar mejor una huida
psicótica? En este dialogo que mantiene Cole,
criminal convicto, con su compañero de celda, observamos a la perfección como
es la mente cuando decide escapar hacia otros lugares.
Gilliam sitúa la
decadencia de la civilización moderna en un futuro desolador. El año 2035 es un
vertedero deprimente para cualquiera que necesite respirar, pero sobre todo es
una pesadilla en vida para alguien que además sea un convicto. ¿Qué hará por
tanto Cole para pagar su deuda con
la sociedad? Lo típico: ofrecerse “voluntario” en misión suicida para volver
atrás al pasado. Así descubrirá que le ocurrió a la tierra en el año 96 y quizá salve el mundo, ni más ni menos.
El resto de la película (muy recomendable
por cierto) es lo habitual. Entre persecuciones policiales, psiquiátricos
espeluznantes (sí, los terapeutas solemos ser los malos del cine) y el jet lag inherente
a los viajes en el tiempo, el señor Cole “pierde la cabeza” de vez en cuando.
La posibilidad de padecer un brote y
pegarnos un “pedazo de viaje” sin movernos de nuestro sofá (o de una celda
acolchada) es fascinante y aterradora. Pero creo que la pregunta del millón es
“¿Por qué nuestro intelecto haría esta jugada?”
En fin, existen buenos motivos para
acudir a villapsicosis. Quiero decir
que la mente humana puede padecer un
brote psicótico por razones diversas: desde precipitantes orgánicos como los
causados por lesiones o drogas, factores de muy distinta índole como el estrés
salvaje o sencillamente un lugar donde refugiarse hasta que se calme la lluvia.
Con esto último me refiero a que si
alguien tuviera la ficticia vida de James
Cole, creo sería muy susceptible de perder la noción de la realidad. A lo
largo del filme pasa por una guerra y por un hospital psiquiátrico de
pesadilla. Recibe golpes, disparos y medicamentos antipsicóticos en cantidades
industriales. Por supuesto debemos incluir
la insignificante carga de tener que salvar el mundo. Y además, no
olvidemos que nuestro prota se zambulle en el torbellino mental y emocional por
excelencia: el enamoramiento
En otras palabras, tal cantidad de inputs
podría volver loco a cualquiera. Sin
embargo no es así, o no del todo. James Cole camina “muy pegadito” a la locura
pero no se casa con ella. Sin embargo estar cerca del diablo siempre deja huella.
Cole no está enfermo, pero desde luego lo parece. Cuenta de ello dan su aspecto
y sobre todo sus ojos. Los ojos de la desesperación, del viaje eterno sin casa
propia, del dormir en la calle día tras día, de las peleas en callejones
oscuros, de la brutalidad del barrio humano…James tiene la mirada del mendigo
Aunque sea una idea recurrente y sobada,
el chiste de estas pelis siempre es el mismo y nos encanta: la redención del
ser humano corre a cargo de un paria.
Así es, terriblemente sucio con manchas
de sangre y sudor, discurso extraño y apocalíptico, manos fuertes y nudillos
raspados, varias capas de ropa encima y cojeando de una pierna. La misión de
James es liberar el planeta pero bien podría ser un hombre de los que te
encuentras en el parque del Retiro madrileño dando vueltas sobre sí mismo y la
mirada perdida.
Habría que puntualizar que James Cole no
es un mendigo pues no vive de la caridad del ciudadano. Sería mucho más
correcto el término inglés “homeless”
que remite a la ausencia de hogar, en mi opinión auténtico leit motiv de
toda la película.
¿Por qué si no iba Cole a embarcarse en
semejante locura? Viajar en el tiempo a manos de un malvado grupo de
científicos tarados solo se hace empujado por la desesperación. El protagonista
solo quiere un lugar mejor para vivir, ya sea en su tiempo o en el nuestro.
El precio que paga será altísimo pues
acaba convertido en el prototípico marginado social. De hecho en el personaje
de Cole confluyen tres síndromes que en ocasiones se ven en los “apartados de
la sociedad”. Me refiero al ya comentado “Delirio
Mesiánico o Mesianismo” (Soy el
nuevo salvador), el “Síndrome de
Casandra” y el “Estrés cultural”
(PARA LA REVISIÓN DE LOS SÍNDROMES ACUDIR A VERSIÓN EXTENDIDA)
12 Monos nos recuerda lo inevitable que
suele ser el Caos, sobre todo para los marginados. Un bofetón de realidad en un
entramado ficticio. Te avisa de forma cruda de lo terrible que es encomendarse
a la memoria y desconfiar de los sueños. Una especie de versión futurista de Cadena
perpetua” (1994, Frank Darabont)
o La
leyenda del indomable (1967, Stuart
Rosenberg), pues creo que si me gusta 12
Monos es porque cuenta la huida de una cárcel. A la mente y al cuerpo les
encanta escapar de sus prisiones, quizá por eso existe la locura.
Reconozco que siento debilidad por las
crónicas donde la salvaciónn del mundo depende de los impuros e inadaptados (y
no soy el único). Todo este tiempo no comprendía que algunos mendigos vinieron aquí para salvarnos,
pero hoy lo sé, porque ya no estoy loco, ahora lo entiendo. Soy
mentalmente divergente.
Guillermo Blázquez.
Psicólogo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario
Déjanos un comentario o danos tu opinión...